domingo, 23 de febrero de 2014

La inocencia de tu voz: tercer capítulo + REGALO.

¡Hola chicos! me alegra muchísimo el volver a subir algo para ustedes. Como bien saben, ahora son dos capítulos por semana. Espero les haya gustado el capítulo anterior y se sientan curiosos respecto a la vida de mis protagonistas. 
Hoy les voy a dejar el tercer capítulo + un regalo. No es mucho, es simplemente un video para que ustedes puedan tener un pequeño incentivo a continuar con la historia y puedan visualizarla  un poquito.
Como siempre, quiero agradecerles a cada una de las personas (entre cien y doscientas aproximadamente) que entran al blog para leer la novela y ayudarme con este proyecto. Les agradezco de todo corazón. También quiero agradecerles a Yami y Noe por ser incondicionales en lo que se convirtió en una rutina diaria. Son amigas, son hermanas, pero también son realistas y me dan su punto de vista respecto a cada escrito, así que gracias, porque lo que más quiero es que siempre me digan la verdad.
¡Espero lo disfruten, tanto el video como el tercer capítulo! si pueden y no es molestia, me gustaría que a ambas cosas les dieran me gusta, comentaran y compartieran. La difusión hoy en día es muy importante.



Capitulo tres:
Prevención innecesaria.



Lo primero que pensé al abrir los ojos al día siguiente fue que estaba compartiendo la cama con algún chico que había conocido la noche anterior. Podía sentir el calor que emanaba ese cuerpo abrazando el mío, aunque cuando acostumbré la visión pude identificar mi cuarto, solo que no estaba observando la pared que solía mirar cuando me despertaba en mi cama. Me encontraba en la de Caroline, y ella era quien me estaba abrazando dormida, alrededor de miles de pañuelos descartables usados y una mantita color púrpura que siempre aparecía en ocasiones especiales.
Suspiré mientras las imágenes se agrupaban en mi mente y hacían que mi cabeza doliese más de lo que ya dolía. Por lo poco que sabía, había sido una noche agitada. Nunca en la vida había estado borracha, al menos no al nivel de tirarme a llorar en plena acera.
Observé el reloj de la mesita de noche y noté que era pasado del mediodía. Me acerqué a ella susurrándole que despertara. Como respuesta obtuve varios gruñidos y un ‘’vete a la mierda’’, por lo que besé su frente y me metí a la ducha para darme un baño rápido mientras intentaba recordar el resto de la noche.
Treinta minutos más tarde, cuando ya estaba presentable para el mundo exterior, mi compañera se despertó y fregó sus ojos presa del cansancio, luego, cuando me miró, su rostro se tiñó de preocupación.
―Oh, Dana ―murmuró mi nombre con cuidado, como si fuera de vidrio y pudiera romperse de tan solo mencionarlo―. ¿Estás bien?
Segundo día consecutivo que ella me hacía la misma pregunta, y esta vez me removí incómoda, sin saber qué contestarle. Probablemente estuviera preocupada por mi arrebato de llanto. Fue entonces que recordé que por mí culpa ella y Trevor habían ido por caminos separados anoche, lo que me hizo sentir peor de lo que ya me encontraba, ellos no solían discutir.
Era un cúmulo de emociones reprimidas y estaba segura de que en cualquier momento podría volverme loca.
―Lamento mucho que hayan discutido con Trevor anoche ―murmuré con la cabeza gacha, observándome los pies y frunciendo los labios―, sobre todo por algo tan estúpido como una amiga borracha.
A Caroline se le escapó una risita. Levanté la mirada abruptamente para observarla. Ella me devolvió la mirada con el cabello corto, despeinado y las mejillas sonrojadas.
―Técnicamente no fue una pelea, solo tuvimos ideales diferentes. Tú eres mi mejor amiga y él es un observador en tercera persona, por lo tanto no sabe ni entiende nuestra amistad. Tampoco pretendo que la comprenda, ¿sabes? ―comentó totalmente convencida―. Yo estoy satisfecha al tenerlos a ambos en mi vida. Sé que es duro que convivan más de dos minutos juntos. Dios sabrá que has discutido con Trevor más que su propia novia, así que déjate de dramas, porque me alegra que al menos lo intenten.
Los segundos comenzaron a transcurrir con deliberada lentitud, sin poder disminuir el sentirme egoísta, me acerqué con cuidado y me senté en la punta de su cama.
―No intentes consolarme, sabes que tengo razón. Si quieres yo puedo hablar con él y decirle que... ― en un principio comencé a balbucear hasta derivar en comentarios enredados sin sentido presa del nerviosismo, hasta que mi amiga me chistó.
―Dana, ¡¿quieres cerrar la boca de una vez?! ―me pidió con el tono de voz más alto de lo habitual, luego suspiró―. Ya hemos hablado, ¿va? Cuando llegué al apartamento apareció en la puerta y me pidió disculpas. Le dije exactamente lo mismo que a ti,  me ayudó a subirte. ¿Crees que yo podría llevarte a rastras hasta aquí arriba?
Lo pensé durante un minuto y puse los ojos en blanco. La lógica le gana al corazón, o eso dicen.
Tanto Caroline como yo debíamos tener un peso estimado alrededor de los 60 kilos. Ninguna podía llevar a la otra porque además de estar en un peso normal, teniendo en cuenta nuestra complexión y estatura, jamás en la vida habíamos hecho actividad física que no fuera la gimnasia obligatoria de la escuela primaria.
―Podrías haberte ahorrado el discurso y mi remordimiento si me lo hubieras dicho desde un principio ―le comenté―. Te apuesto a que lo has hecho a propósito, ¿a que si?
Levanté ambas cejas en una mezcla de escepticismo e incredulidad. Por respuesta, Caroline, rompió en carcajadas tirando la colcha sobre mi rostro, algo a lo que sí ya estaba acostumbrada.
―Lo cierto es que no lo había pensado hasta que comenzaste a disculparte, pero te ves tan dulce e inocente cuando lo haces ¡tenía que aprovechar la ocasión! ―dicho esto último, corrió los pocos metros de longitud que tenía el cuarto y se introdujo en el baño, probablemente dispuesta a darse una ducha matutina.
Me dirigí a la cocina, tomé un comprimido de paracetamol junto con varios tragos de agua para apabullar el dolor de cabeza.  Luego volví al cuarto y comencé a ordenar para intentar distraerme de dicho dolor. Cambié las sábanas e hice las camas, también barrí y limpié los muebles. Una vez que terminé con el aseo me senté en un pequeño escritorio de madera antigua que teníamos en un rincón para poder repasar mi última clase de Análisis teórico psicopolítico-económico, con preferencias filosóficas de Marx. En ese mismo momento Caroline abrió la puerta del baño comentando algo respecto a hacer las compras semanales. Se había colocado un par de vaqueros negros y una camisola suelta de color lila ya que afuera el día, en nuestra antigua Inglaterra, estaba mejorando poco a poco. Podía sentir el calor filtrándose por las ventanas.
―No tardaré mucho, voy a pedirle a Trevor que me lleve para no tener que cargar las bolsas, y el mercado central está al menos a veinte manzanas ―dijo mientras cogía su bolso y colocaba todo lo esencial para marcharse―. Si sales a almorzar afuera avísame.
Asentí con la cabeza y murmuré una despedida. Una vez que tuve el lugar para mí sola, me levanté de mi asiento, saqué mi laptop de debajo de la cama para enchufarla en unos pequeños parlantes negros y colocarlos encima del escritorio. En un volumen muy suave, comenzó a sonar la canción Austronaut de una banda pop-punk Canadiense. Mientras leía, podía escuchar la voz dulce y melodiosa del cantante principal, pidiendo ayuda para no sentirse solo y poder bajar de donde quiera que estuviese. Me gustaría decir que fue una elección al azar, pero la banda era de mis favoritas al igual que el tema. Pronto me descubrí cantando la letra y pensando sobre ella, pero sin querer profundizar en el tema, porque cuando tienes una canción favorita, es porque te sientes identificado.
Suspiré con melancolía por nada en particular mientras intentaba volver a concentrarme. En el momento preciso en el que comenzó a sonar Wake me up when September ends de otra banda del mismo género, alguien tocó la puerta. Sonreí, probablemente Caroline se había olvidado las llaves, como pasaba la mayoría de las veces que ella salía a toda prisa.
Caminé de la habitación al pasillo principal y quité el pestillo.
―Caroline, debes aprender que lo primero que tienes que guardar son las malditas llaves ―murmuré sonriendo mientras abría la puerta.
Mi corazón se detuvo durante un segundo, luego comenzó a acelerarse debido a la sorpresa. Un par de ojos verdes me observaban desde unos cuantos centímetros más arriba y de pronto, como siempre hacía, Ariel enrojeció violentamente.
―Obviamente no me esperabas como visita ―comentó sin hacer movimiento alguno más allá del de su boca. Carraspeó con evidente incomodidad.
Lo seguí observando, entre sorprendida y emocionada, porque no podía creer que él estuviese ahí, al otro lado de la puerta. Me mordí los labios mientras evaluaba lo bien que se veía, al igual que siempre: unos jeans desgastados cubrían sus esbeltas piernas, junto con las mismas zapatillas de anoche y en lugar de una camisa, llevaba una camiseta ajustada a su cuerpo de un color azul marino.
―¿Debería sentirme halagada? Estoy segura de que tu reputación se verá afectada si entras un sábado al apartamento de Dana Laine ―le advertí con sorna en tanto una risa se me escapó.
―Sobreviviré ―dijo sonriente―, ¿te molesta si paso?
Negué con la cabeza, dando un paso hacia atrás para alejarme así Ariel podía entrar. Observó con curiosidad y en silencio cada detalle del lugar mientras recorría la estancia, desde los colores de las paredes hasta los muebles, y yo dejé que lo hiciera sin hacer comentarios al respecto. De alguna forma respetaba aquél silencio. Era cómodo, casual, y sobretodo inteligente. Sabía que estaba sacando conjeturas e hipótesis respecto a mi forma de vida, aunque en realidad un simple color no dijera nada profundo, pero cuando comenzó a leer la lista de reproducción de mi computadora enrojecí un poco. Los gustos personales revelaban bastante sobre uno mismo.
―¿Quieres tomar algo? Puedo prepararte un té, un café… ―le ofrecí, dejando la propuesta en el aire.
 Se dio vuelta y me observó, con sus ojos abiertos y parpadeantes, como si hubiera estado más al pendiente de la inspección que de la persona en sí.
―Un vaso de agua está bien― me dijo con tranquilidad.
Caminamos juntos, él por detrás de mí, hacia la pequeña pero acogedora cocina que mi amiga y yo compartíamos desde hace un par de años. Él se sentó en una de las tantas sillas que había mientras yo tomaba una jarra de agua fría de la heladera y servía dos vasos.
―Así que, ¿qué te trae al lado maligno del campus? ―pregunté para picarlo mientras me sentaba frente a él depositando los vasos sobre la mesa.
Agachó la vista y comenzó a observar sus manos: fuertes y masculinas sin perder la belleza, junto con aquél color bronceado que él tenía.
Nuevamente un rubor apareció en sus mejillas. Frunció los labios, obviamente disgustado. De pronto lo comprendí: había venido por primera vez a mi casa, algo que él nunca haría, para darme una mala noticia. Estaba casi segura.
―Dímelo de una maldita vez, Ariel ―murmuré con malhumor, de pronto consciente de los cambios de humor que me provocaba.
Me miró sorprendido. Volvió a agachar la cabeza en cuanto supo que divagaba entre algunas escasas ideas de por qué estaba aquí.
―Lo pillas muy rápido, ¿eh?― comentó intentando alivianar las cosas, pero con el tono de voz tan monótono y bajo que solo consiguió que sonara como una disculpa.
 ―O tú no sabes cubrir tus emociones. Estás a punto de vomitar o algo así ―gruñí al notar que sus mejillas coloreadas perdían el tono hasta finalmente derivar en un blancuzco verdoso.
Con su mano derecha comenzó a rascarse la nuca y a acomodarse el cabello, algo ilógico, ya que él lo llevaba corto. Era evidente que tenía varios tics nerviosos.
―Esto probablemente suene cien veces peor de lo que crees, así que, por favor, solo te pido que no te molestes ―me pidió con la voz varios grados más baja ―, pero no puedo seguir viéndote, Dana.
Lo primero que pensé fue que estaba casi segura de que diría algo así. Pronto comenzaron a brotar los sentimientos. La ira asomó un instante y tan pronto como llegó, se derritió, convirtiéndose en un dolor intenso e inexplicable que no pensaba mencionar.
Me mordí la lengua para que el dolor físico cubriera el emocional, porque no podía creer que esto estuviera pasando. Un chico que apenas me conocía no quería volver a verme. No lo había tocado en ningún sentido, tampoco lo había besado, y mucho menos había ido más allá, por lo que no tenía sentido ni lógica que esas simples palabras me hubieran quitado las energías del resto del día. No quería verme, literalmente. No había surgido nada entre nosotros, así que no era una excusa. Simplemente no quería.
No tenía por qué reprocharle nada, él estaba en todo su derecho de hacer amistad con quien quisiera, y si yo no formaba parte de la lista por vaya a saber qué razones, lo entendía.
Inhalé un par de veces fingiendo estar molesta, cuando en realidad estaba intentando concentrarme. Finalmente lo observé y dije con delicadeza:
―Gracias ―.Se mordió los labios nuevamente, preso de la confusión y la vergüenza―. Me refiero, gracias por haberme ayudado la primera vez que nos conocimos. No solo por lo de la clase, por… tenderme la mano― le expliqué mientras me encogía de hombros, intentando restarle importancia.
Durante un instante desee molestarme como antes lo hacía. En otra ocasión, con cualquier otro chico, me hubiera dado igual o me hubiera cabreado, pero al mirarlo a los ojos sabía que simplemente no podía enojarme con él. Ariel estaba demasiado expuesto al dejar relucir aquella aura inofensiva que hacía que cualquier desistiera de una posible agresión.
―Cualquier persona debería haberte ayudado. Probablemente si yo no hubiera pasado, alguien más lo hubiera hecho. Solo el idiota mal educado que te golpeó no fue capaz de tenderte la mano, créeme― murmuró, sacándome de mis pensamientos.
―De todas formas quería que lo supieras.
Arrimó la silla más cerca de la mesa, y apoyó los codos sobre esta.
―¿No tienes el mínimo interés en saber el por qué de mi descenso?
Suspiré.
―Si no lo comentaste desde un principio, probablemente es porque no quieres decírmelo, y creo que tienes el derecho a elegir lo que ocultas y lo que no.
Alzó la vista de golpe, como si hubiera hecho un descubrimiento inconsciente. Se limitó a mirarme un par de segundos, hasta que finalmente rompí el silencio.
―Esto se está alargando indebidamente.
Entendió el comentario a la perfección: se tenía que marchar. Estábamos intentando alargar una conversación que no conducía hacia ninguna salida, disculpándonos por algo que al fin y al cabo nunca sucedió. Ambos lo sabíamos, y ninguno pensó en admitirlo en voz alta.
Le sonreí con ternura, un gesto impropio de mí.
―Te acompaño a la puerta ―le dije.
Asintió y se levantó. Echó una mirada rápida hacia la cocina hasta que finalmente comenzó a seguirme por todos los rincones del departamento y finalmente derivamos en el pequeño pasillo de entrada donde se encontraba la puerta principal.
La abrí, haciéndome a un lado para despedirnos.
―Solo quiero que sepas algo ―comentó con un pie dentro y otro fuera de la casa ―.Lo estoy haciendo por ti, no por mí. No pienses que tomé esta decisión de forma fácil y luego vine aquí porque tengo miedo de lo que digan los demás, ¿vale? Sé que suena idiota y ególatra, pero estuve toda la noche pensando en esto, y realmente no creo que alguien como tú sepa lidiar con alguien como yo.
Intenté procesar la información lo más rápido posible, divagando e intentando sopesar qué significaban aquellas palabras para él mientras buscaba una respuesta lo antes posible, ya que en cualquier momento daría la vuelta y se marcharía vaya uno a saber por cuánto tiempo. Lo único que se me ocurrió fue pensar que si eso era verdad, nuevamente anteponía la felicidad de los demás por la suya. Un gesto humilde que tocó las fibras más ocultas de mi corazón hasta hacerlo doler.
Me acerqué despacio, inhalando y exhalando el aire en silencio, de todas formas, podía sentir los nervios a flor de piel. Él sabía lo que estaba a punto de hacer cuando me coloqué lo suficientemente cerca para poder tocar su pecho y ponerme de puntillas. Sin embargo, no me detuvo. De hecho, cuando mis brazos comenzaron a ascender hacia su nuca, él se agachó para facilitarme la acción, siendo el primero en tocar los labios del otro.
Su boca era suave y cálida, con un sabor refrescante de menta, mientras que la barba me picaba, lo cual me resultaba gracioso ya que nunca había besado a un chico con barba y por lo tanto era la primera vez que sentía ese leve cosquilleo.
El beso consistió en rozar con dulzura los labios del otro durante un minuto o dos sin despegarse, simplemente manteniendo ese contacto, ambos con los ojos cerrados (o al menos yo los tenía) sin que fuese sexual o provocativo, porque ninguno estaba interesado en que fuera más allá que un gesto cariñoso.
Finalmente, suspiré entre sus labios y di un paso atrás. Por primera vez no lo veía sonrojado, por el contrario, se lo veía bastante afectado por lo que acababa de pasar. Me miró con un brillo peculiar en los ojos, sin poder disimular la sorpresa.
―Espero verte pronto― fue lo único que se me ocurrió decir.
Estaba segura de que Ariel quería añadir algo más, pero simplemente frunció los labios –algo que hacía constantemente– y se limitó a asentir con la cabeza, en señal de despedida.
Lo observé alejarse por el pasillo oscuro y frío del campus hasta que desapareció por las escaleras.
Cerré la puerta con cuidado, me apoyé sobre ella, de pronto cansada y frágil. Comencé a cuestionarme si realmente había sucedido, si realmente él había pisado el mismo suelo en el que yo vivo, y si lo había besado. Caminé con torpeza hacia la cocina para tomar los vasos y depositarlos en el fregadero, un detalle y un recuerdo de que había sido real. Mientras los lavaba, un par de lágrimas cálidas se deslizaron por sobre mis mejillas, aunque fui lo suficientemente consciente para no dejar que un llanto me consumiera. Varios minutos después de que decidiera recostarme en la cama pude escuchar el movimiento de las llaves al otro lado. El sonido fue sustituido por las voces de Caroline y Trevor que habían llegado.
Tomé el libro que había estado releyendo la noche anterior y fingí seguir con la lectura, así quizás podían deducir que mi estado de ánimo o mi poca colaboración se debía a alguna reacción provocada por el mismo.
Ambos pasaron por el cuarto, me saludaron rápidamente con varias bolsas del supermercado encima y, sin detenerse, se dirigieron hacia la cocina para guardar lo que fuera que hubieran comprado. Luego de escuchar sus voces amortiguadas y los diferentes sonidos de los paquetes, volvieron con las manos vacías para sentarse uno al lado del otro en la cama de mi compañera observando en mi dirección, probablemente dispuestos a entablar conversación.
―¿Has estado leyendo desde que me marché? ―inquirió Caroline ―Habré tardado al menos una hora.
―Para nada ―le contesté de la mejor manera posible ―, estuve repasando la clase y hace un par de minutos cogí el libro para distraerme un poco.
Mi respuesta no fue totalmente convincente, por lo que me miró con los ojos entrecerrados, preguntándose qué le estaba ocultando y por qué había sonado tan nasal.
―Dana, lamento mucho lo de anoche ―comentó Trevor con pavor, un poco incómodo ―. Dije cosas que no eran ciertas, estaba molesto.
El cambio en la conversación me tomó con la guardia baja. Probablemente ellos habían hablado del asunto durante el tiempo que estuvieron fuera. Estaba casi segura de que Caroline pensaba que mi actitud se debía a los comentarios indebidos de su pareja.
―Lo entiendo perfectamente, no volverá a pasar.
Me levanté y comencé a buscar mi teléfono celular y mis llaves. Una vez que las encontré, las guardé en mis bolsillos y eché a andar, dispuesta a dar un paseo por la ciudad.
―¿A dónde vas, dulzura? ―me preguntó Caroline con suma preocupación, algo que cada vez se hacía más frecuente ―. ¿No vas a quedarte para almorzar?
Lo sopesé durante un minuto.
―No te preocupes, solo necesito tomar un poco de aire fresco. Volveré lo más rápido que pueda, si tardo demasiado… no me esperen.
Antes de que pudiera rebatir mi comentario salí al pasillo y bajé los cuatro pisos de las escaleras a trompicones. El clima del exterior había pasado de caluroso a repentinamente frío con probabilidad de tormenta debido a las nubes negras que se veían detrás de los edificios, lo cual me resultó irónico dado mi estado de ánimo.
Caminé durante al menos veinte minutos sin rumbo fijo, observando los viejos edificios tan fascinantes que podían encontrarse en las calles de Londres, al igual que las familias abrigadas en las plazas comunitarias. Finalmente, subí al subterráneo de línea que daba hacia el sur de la ciudad. Me molesté durante un minuto cuando supe que el precio había subido un euro, pero le resté importancia cuando me di cuenta que había situaciones mucho peores. Durante el trayecto -que duró más de media hora- revisé mis redes sociales a través del teléfono y me di cuenta de que siquiera sabía el apellido de Ariel. No me había detenido a pensar en aquél minúsculo detalle hasta que intenté interceptarlo mediante facebook.
Solté una maldición en voz baja, no quería pensar en él porque no tenía por qué hacerlo. Hasta donde mi mente llegaba a procesar, no teníamos ni el derecho de llamarnos amigos ya que las únicas veces que nos habíamos encontrado fueron escasas e irrelevantes. No habíamos hecho el mínimo intento de acercarnos más de la cuenta, o al menos preguntar algo tan inocente como la edad o el apellido. Él no sabía absolutamente nada de mí y yo no sabía absolutamente nada de él, por lo cual no debía responsabilizarme de sus actos o tener un remoto apego hacia él. Los encuentros que habíamos desarrollado eran comunes en gente de nuestra edad: nos podíamos ver en fiestas y en los pasillos como dos personas normales.

Cada quince minutos el subterráneo se detenía para que los pasajeros descendieran a sus destinatarios y nuevos ascendieran. Fue una rutina constante de una hora y media en la que no podía concentrarme en nada en particular hasta que finalmente se detuvo en una de las últimas paradas: debajo de la Catedral Southwark, mi destino.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Link del video: Tráiler no oficial: La inocencia de tu voz

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¡Gracias por su tiempo! espero verlos por acá a mitad de semana para el cuarto capítulo.







6 comentarios:

  1. Awww mira que ando muy floja de lagrima!!! Me encanta poder ayudar desde mi humilde lugar, y gracias por confiar en mi. =) Te adoro lo sabes, y tenes un gran talento. Con cada capitulo se vuelve mas interesante y ya quiero leer el 4º!!!!!!!!! Te quiero!!!!!

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  2. Que rumbo esta tomando la historia! que escondera.? alejarse asi de ella.. Que intriga me da Ariel.. Muy bueno puppi! y muy bueno el vídeo :D !

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  3. ¡Perfecto! Hermoso, preciosa. Te ha quedado... perfecto. Espero con ansias el siguiente capítulo y se vuelve mucho más interesante. ¡Te quiero, felicidades!
    FannyMoony-

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  4. ¡Genial Puppi! Cada capítulo se va volviendo mucho más interesante la historia, ya te dije que me va gustando mucho.
    Quiero ver cómo siguen esos próximos capítulos y ver qué tan interesante se pone esta linda historia.
    Me alegra mucho poder ayudarte y que eso te ponga contenta.
    ¡Te quiero!

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  5. La parte en la que se despide de Ariel es tan...no sé,sentí algo,fue triste a pesar de todo.
    Me encanta tu forma de escribir Puppii,espero con ansias los siguientes capítulos.

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