Como bien saben las personas que últimamente se mantienen actualizadas tanto en la página como en el grupo, decidí comenzar a subir los capítulos de la novela por orden. La primer novela elegida (por ustedes) fue La inocencia de tu voz (si quieres leer la reseña, haz click aquí), la cual pienso subir un capítulo por semana si es posible hasta que finalmente termine.
Así que, sin más que decir, les agradezco como siempre, y les mando un abrazo grande.
¡Disfruten! no olviden de comentar qué les pareció.
Primer capítulo: El encuentro.
Miré por encima del hombro y fruncí el ceño, disgustada.
¿Es que no había peor momento para tener que observar a
Theo? No habíamos llegado a cumplir un mes de haber roto y ya se encontraba rodeado
de un grupo de chicas de primer año. Su cabello rubio platinado destacaba entre
la multitud, al igual que su gran estatura y el tamaño de su espalda,
desarrollada gracias a muchas horas de ejercicio diario.
Nos conocimos en una de esas fiestas universitarias a las
que acude todo el mundo, y estuvimos juntos por casi un año.
Casi.
En un principio creí que sería más de lo mismo. Más
chicos que hablaban sobre ellos mismos, y sobre lo interesantes que eran, pero
con el tiempo comencé a acostumbrarme a su falsa modestia y, lo admito, me
emocioné con cada beso, y cada caricia. El por qué no lo tengo claro todavía, ya
que soy una persona que rehúsa cualquier tipo de relación formal, de hecho,
diría que lo detesto. Me molestan los celos infundados y la dependencia en una
relación. Creo que cada quien es libre de ser y hacer lo que se le plazca, y ni
tu madre podría contradecirte sobre eso. Resulta que a Theo le gustaba jugar a
las escondidas con las alumnas de primer año, preferentemente en las aulas. Y
no le culpo. Cuando cumplimos siete meses nosotros mismos comprobamos la
resistencia de esos pupitres, pero la diferencia entre él y yo, es que si deseo
serle infiel, no lo hago en un lugar donde pueden pillarme con la guardia baja.
Y así fue como se quedó sin novia y se ganó una buena
suspensión, junto con su compañera. A ninguno le importó, y la relación se
terminó desvaneciendo por sí sola. Él jamás se acercó a darme una explicación o
pedirme disculpas, simplemente se alejó, y yo lo tomé como un claro mensaje: no
servimos para relaciones estables.
Me gustaría decir que sufrí más que nunca, después de
todo era una persona con la que había compartido todo un año de experiencias, y
lo quería de verdad, pero como siempre, mi orgullo siempre gana la batalla y
luego de tres días en cama me recuperé. Comencé a asistir a las mejores
fiestas, y a alistarme para mis clases. El problema era que a él ya no le
importaba, y con el paso de los días me di cuenta de que, por más que haya sido
la relación más larga, o la más emotiva, a mí tampoco acabó importándome. Será
que al ser criada por una madre soltera aprendí a no independizarme de los
hombres, pero la mayoría del tiempo son un pasatiempo, realmente no es como si
estuviera enamorada o tuviera un amigo muy íntimo.
Cuando estuve a punto de volver a enderezarme en mí
lugar, pude ver la reacción de Theo al ver que me había pillado observándolo. Me
sonrió hasta que se le formaron hoyuelos a cada lado de las mejillas, y luego
me hizo un asentimiento de cabeza, saludándome.
Giré sobre mí misma y bufé una maldición en voz baja.
―Déjame adivinar― pidió Caroline,
mi compañera de cuarto, mientras se sentaba en la misma mesa del almuerzo―. El
imbécil de tu ex está haciendo competencias en el banco de esperma frente a
medio edificio y te produce náuseas.
Reí ante su comentario.
Caroline era una bonita
castaña con el cabello por los hombros, piel blanca y una sonrisa preciosa. Era
demasiado alta, y delgada, pero de todas formas se las arreglaba con su chico,
Trevor, con el cual sale desde último año de bachillerato, y tiene una
personalidad parecida a la mía.
―De hecho― le dije―. Estoy
segura de que en cualquier momento algo podría caerse por tanto uso innecesario―comenté
con la voz grave.
Pasamos el almuerzo en
tranquilidad, intercambiando bromas o comentarios sobre las clases y lo que
teníamos que estudiar para los próximos exámenes, hasta que finalmente
depositamos las bandejas en la sección de limpieza y decidimos acudir a
nuestras respectivas clases.
Ella tenía que soportar
dos horas sobre la Historia antigua en el siglo XIV, y yo, con un poco de
suerte, solo debía escuchar a la profesora Araujo
hablar respecto a la diversidad humana a nivel psíquico durante hora y cuarto.
Más pasable que historia, seguro. Además, aunque no fuera de parecer, estaba
feliz de haberme anotado en la sección de Humanidades, y orgullosa de ser uno
de los mejores promedios.
Llegué al aula en la hora
justa, porque todos los alumnos estaban allí, ocupando sus asientos con el
rostro fatigado y soñoliento, esperando el inicio de la clase, mientras que el
resto conversaba energéticamente para ser un martes por la mañana.
Caminé con cuidado entre
las mochilas, borradores y demás que se encontraban tirados en el suelo, hasta
que finalmente me senté en mi respectivo asiento, dejando mis cosas sobre el
pequeño pupitre de madera desgastado.
Cuando me agaché para
recoger el lápiz que se me había caído, pude ver por el rabillo del ojo una
silueta sentándose junto a mí, lo cual me resultó extraño, ya que los alumnos
tenían preferencia por los asientos delanteros. Levanté la vista confusa, y me
encontré con Austin, un chico de último año con el que me había acostado hace aproximadamente
dos semanas y no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra.
―¿Qué te trae por aquí?―
inquirí, sin darle tiempo a saludarme.
Instantáneamente su
sonrisa se desvaneció, y fue sustituida por unos ojos amargos, y una mueca en
los labios.
Su cabello era corto y
prolijo, de un bonito color marrón, y su piel blanca relucía sobre las prendas
de color sobrio que con regularidad llevaba.
― Al menos podrías fingir
ser un poco más simpática, Dana―, dijo con una evidente molestia―. Creo que no
te he hecho nada en particular para que me trates de ese modo.
Puse los ojos en blanco, y
le sonreí con ironía.
―Lamento no poder fingir
hipocresía con gente que no me agrada― espeté, e intenté concentrar la vista al
frente del salón, pero la profesora aún no llegaba.
―Sí, claro― bufó con
amargura―. Déjame decirte que lo de hace dos semanas lo fingiste
estupendamente.
Volví a girar el rostro
para observarlo, y noté un leve rubor subir por mis mejillas ante el comentario
inapropiado y las imágenes de hace un par de días.
―También fingí muchas
otras cosas, Austin. Una de ellas fue el hacerte creer que valías la pena, pero
no lo vales tanto. Hasta mi ex era mejor que tú. Ahora, si no te importa, mueve
tu culo hacia otro asiento, porque sabes que no me molestaría para nada darte
un buen golpe en estos momentos.
La sorpresa tiñó su
rostro, e incluso también se sonrojó, pero no añadió ningún comentario, y se
sentó junto a sus amigos, que cuchicheaban entre ellos.
Quizás modestia era algo
que me faltaba, y me sobraba el malhumor, pero al menos, a la hora de aplicarlo
servía al cien por ciento.
No me gustaba que los
hombres se creyeran una fuente de poder a la hora de mostrar su masculinidad en
cualquier ámbito. Si realmente eres un hombre, podrías rechazarme. Todos saben,
e incluso yo admito, que tengo una extensa mala reputación desde los diecisiete
años, y que por más que me encantara la idea, nada podría cambiarla. De hecho,
me encantaría que cualquiera me rechazara. Me haría sentir mejor conmigo misma.
Sería una clase de extraño pacto secreto en el que admito que podría, solo
podría, dejar de agrandar los rumores, dejar de desvalorizar mi cuerpo y mi
forma de ser. Comenzar a hacer otras cosas. Aprender a amar, quizás.
Pero tan pronto como el
pensamiento se acercó, salió corriendo, porque sabía que no era verdad. Yo no
era capaz de amar. No lo había sentido nunca, y por lo tanto no estaba
familiarizada con el tema, y estaba segura de que por un largo tiempo seguiría
siendo igual.
Suspiré molesta con el
rumbo de mis pensamientos, y justo en ese momento, pude visualizar a nuestra
profesora entrando a clases, con su cabello despeinado, y su bolso a punto de
caerse.
Era obvio que estaba
desesperada por llegar a clases.
Dos de mis compañeros de delante
le ofrecieron ayuda, la cual aceptó con una sonrisa.
Yamila Araujo es una de las mejores profesoras del campus, y tan solo
tiene treinta y siete años. Es de nacionalidad Argentina, pero viajó a Inglaterra
a los quince años ya que su padre había heredado una famosa empresa de su
abuelo. Por lo que tenía entendido, se había adaptado fácilmente y terminó el
instituto en un curso avanzado, para luego estudiar Literatura Inglesa y
Humanidad psicológica del ser humano.
Y yo la adoraba, era mi
profesora preferida en el mundo. Quizás se debía a que debajo de ese rostro pálidamente
firme y ese cabello pelirrojo alisado se encontraba una persona comprensiva y
al mismo tiempo tierna, aunque nunca dejaba de ser autoritaria y siempre se
hace respetar. Dos combinaciones que me encantan.
Una vez que terminó de acomodarse,
se disculpó con todos nosotros, y comenzó el nuevo tema que tendríamos que
estudiar para dentro de un par de semanas.
Mi mente divagó durante la
mayoría del tiempo, pero sin perder la concentración y jamás dejé de escribir
los resúmenes. Una vez que la clase terminó, y la mayoría de mis compañeros se
dispersaron hacia sus siguientes clases, tomé mis cosas y empecé a andar hacia
la puerta del aula, pero la voz cantarina de la profesora captó mi atención
justo cuando mencionó mi nombre.
Caminé rápidamente hacia el escritorio
principal con una pequeña sonrisa, preguntándome qué necesitaría.
―Dana, querida― murmuró
con dulzura cuando finalmente estuvimos próximas―. Qué bueno verte por aquí,
las últimas dos clases has faltado, y hoy te he notado un poco distraída. ¿Te
encuentras bien?
Su preocupación casi
maternal me pilló con la guardia baja, e incluso me hizo sentir algo nerviosa.
Ni mi madre prestaba tanta atención en mí.
―No se preocupe, estoy
bien―murmuré―. Estos últimos días he tenido problemas estomacales y no me
encontraba en condiciones para poder asistir a clases.
Sus ojos verdes se
clavaron en los míos por un segundo, y luego volvió a sonreír.
―Tienes que cuidarte, no
olvides tomar té de limón, siempre ayuda― dijo en respuesta―, y si tienes
problemas para conseguir los temas que vimos durante tu ausencia, simplemente
házmelo saber y yo te presto los míos.
Le di las gracias con un
pequeño pero apropiado abrazo, y luego me alejé observando el reloj de pulsera,
dándome cuenta que estaba llegando varios minutos tarde a mi siguiente clase.
Suspiré con malhumor y en
un momento de descuidada desesperación, comencé a trotar por los pasillos. Ya
no quedaba demasiada gente, así que en gran parte era un alivio, pero por el
otro lado, varias personas levantaban la vista y me veían con extrañeza, e
incluso escuché un par de risitas, pero no presté la atención suficiente como
para que llegara a importarme. Prefería llegar bañada en sudor a la clase y que
el profesor me echara riña un par de minutos a desaprobar por no asistir a ellas.
A punto de llegar al
último tramo de pasillos y escaleras, sin percatarme choqué contra alguien. No
llegué a verlo con claridad, pero su cuerpo era varios centímetros por encima
del mío, y estaba segura de que era un chico por su complexión dura y ancha.
Gemí de dolor una vez que
aterricé en el suelo de mármol blanco, y con sumo cuidado me senté sobre él. Me
dolía toda la columna vertebral.
Con el ceño fruncido le
eché una mirada al chico con cabello castaño y ojos marrones que me observara
de la misma manera que yo a él, aproximadamente a cinco metros, también en el
suelo frío.
―Fíjate por donde caminas,
puta― gruñó malhumorado, y se levantó rápidamente―. Casi arruinas mis
pantalones― comentó al tiempo que sacudía sus jeans grises y juntaba sus cosas
para marcharse.
Me quedé allí, aturdida
por el giro de los acontecimientos. Si quiera me había pedido disculpas, y yo
por primera vez en la vida no tuve una respuesta sarcástica.
Intenté levantarme con
cuidado, pero una descarga de dolor se situó en mi cintura, y comencé a
maldecir en voz baja cuando sentí una mano sobre mi hombro.
―Si vienes a pedirme
disculpas, es un poco tarde, amigo― gruñí de mala forma, y luego alejé mi
cuerpo de su brazo.
Escuché por detrás de mí
un suspiro tranquilo y cansino, al tiempo que un nuevo par de piernas aparecían
en mi visión. Levanté la vista y me topé con un chico mayor que yo, dos o tres
años quizás, con una tupida barba negra, igual que su cabello liso y brillante,
y unos ojos verdes que transmitían una tranquilidad vibrante.
Se agachó y tomó mi
cintura― que ocupaba casi toda su mano― para levantarme, y luego comenzó a
coger las cosas que se me habían caído.
―Gracias― murmuré, sin
saber qué más decir.
―No es problema― me
contestó con dulzura, al tiempo que se levantaba de sus rodillas y me tendía
mis cosas―. El imbécil que te hizo caer podría haberte tendido la mano, al
menos― dijo molesto por la reacción del chico castaño, pero con un leve rubor
en sus mejillas morenas.
Le sonreí al tiempo que me
encogí de hombros.
―Es bueno saber que al
menos en ciertos hombres no están muertos los modales― murmuré con soltura―.
¿Te molestaría decirme tu nombre? Creo que te he visto antes.
¿Y cómo no verlo? Este hombre
además de estar bueno, es bonito, y lo es de verdad. Tiene una mirada que puede
decirte cada uno de sus sentimientos, y guardarlo todo al mismo tiempo. Su
nariz es simétrica y viene a juego con sus mejillas. Es como si estuviera todo
en su debida proporción.
Agachó la cabeza, como si
de pronto quisiera perder todo tipo de contacto visual conmigo, y nuevamente
sus mejillas se encendieron.
―Mi nombre es Ariel―comentó
con vergüenza evidente, y una sonrisita nerviosa asomó en sus labios gruesos y
delicados―, y tú eres muy conocida por aquí, Dana.
Sé a qué se refiere, todo
el mundo sabría a qué viene el comentario, pero yo no me sonrojé, por el
contrario, mi sonrisa se ensanchó.
―Y yo que pensaba que los
chicos como tú no hacían ese tipo de observaciones.
Se sonrojó al punto de
ponerse bordó, y mordió su labio inferior debido a los nervios. Cuando estaba a
punto de responder mi comentario, el timbre sonó, recordándome que había
perdido la clase.
Todos los alumnos
comenzaron a salir apresurados para su última clase del día, y la burbuja en la
que había estado junto a Ariel desapareció en un segundo.
―¡Me perdí la clase,
diablos!― gruñí de pronto, con malhumor―. Genial, mi profesor de Teorías humanas e investigación psicosocial va a desaprobarme por
incumplimiento de horario. Maldito viejo cascarrabias.
―Yo puedo ayudarte―
comentó Ariel, recordándome que aún estaba a mí lado―, es el profesor Hirsch, ¿no?― asentí, y él siguió
explicándome―. Tengo contacto directo con los profesores, en su mayoría me
conocen, si quieres puedo hablar con él sobre que tuviste un inconveniente y yo te
intercepté en el momento adecuado para ayudarte.
No profundizó en por qué
conocía a los profesores, y aunque de pronto despertó mi curiosidad, no le
pregunté porque sabía que él lo había pasado por alto con la intención de que
yo no lo supiera.
―Que es justamente lo que pasó― agregué―.
¿Sabes? creo que nosotros dos vamos a ser grandes amigos― le dije al tiempo que
le guiñaba el ojo.
Me regaló una pequeña
sonrisa, e hizo señas con la cabeza para que lo acompañase.
La inocencia de tu voz,
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ResponderEliminarFantastico... espero con ansia el siguiente capitulo. Felicidades tienes un gran talento ye sta historia pinta para muy buena.
ResponderEliminarMe gusta la profesora Araujo, no sé por qué será. Jajaja buen capítulo, ya quiero saber qué sigue y qué es lo que oculta Ariel.
ResponderEliminarEspero la próxima semana Puppi, aunque quizás te convendría poner un día de publicación así no nos dejas con esperanzas jaja.
Besote.
Realmente me encanto! la forma en que escribes, que solo dice lo necesario...bueno que puedo decir? la verdad es que te admiro, yo tambien escribo pero siendo sincera siento que no te llego, ¡que envidia! pero de la buena claro, de verdad espero un dia que puedas publicar una de tus historias, sin duda yo compraria un ejemplar.
ResponderEliminarWooo me encanto!!!! Ya quiero leer el proximo!!!! te felicito, amo lo que escribis!!!
ResponderEliminarRecién termine de leerlo y ya me encanta. Me gusta la personalidad de Dana y..por lo que exista..como describiste a Ariel ya estoy babeando jaja. te sigo desde que escribías los fics de Twilight asi que..Te felicito! y espero con muchas ansias el próximo capítulo *tu fan de Uruguay* jaja
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