Primero que nada quería disculparme por la ausencia de estos últimos días. Tuve algunos problemas personales y, sinceramente, no tenía las energías para publicar nada ni mucho menos escribir. De todas formas hoy estoy acá para traerles el quinto capítulo. También les recuerdo que el sexto en dos o tres días va a ser subido con anticipo a modo de compensación.
Como siempre, les agradezco a cada persona que entra en el blog o en Wattpad para leer la novela y también a Yami y Noe que siempre están ahí, apoyándome :)
Espero disfruten del capítulo ¡no se olviden comentar qué les pareció!
Para ver La inocencia de tu voz, tráiler no oficial hagan click en el enlace.
(pertenece al capítulo anterior)
Capítulo 5:
Dulce agonía.
Tres semanas después…
Los días comenzaron a
pasar con saltos indefinidos de tiempo. La mayoría se hacían largos o monótonos
y solo pocas veces tenía la suerte de que se pasaran como en una película.
Sentía que estaba dentro de una burbuja donde no podía notar los saltos y
también, poco a poco, las complicaciones de ser una chica joven adolorida
pasaron a segundo plano.
No supe más de Ariel, por
lo que no sabía qué sentir al respecto. Tampoco había vuelto a la terrible
angustia de semanas atrás ni había provocado viejos demonios. Mi relación con
Caroline se hizo más profunda, aunque también más tirante. Estábamos en un
constante tira y afloja porque ella no estaba de acuerdo en mis reglas básicas
de supervivencia, aunque tampoco pensaba cambiar de opinión, lo que la irritaba
aún más.
Todo seguía su curso como
antes de conocerlo. Asistía a mis clases, comencé a salir nuevamente y terminé
liándome con al menos un buen par de chicos. No estaba orgullosa de ello, pero
estaba intentando seguir adelante.
Me encontraba en el
pasillo del ala norte de la universidad con la mochila en el suelo, rebuscando
entre mis cosas porque no podía encontrar mi libro de Cultura y sociedad, cuando una voz masculina murmuró por detrás de
mí:
―Buenos días, preciosa.
Bufé disgustada al
reconocer la voz con aquél tono fariseo. Cerré la mochila para luego levantarme
de donde estaba y girar sobre mis propios talones para observarlo.
Theo llevaba el cabello
corto de una forma pulcra y natural. Sus ojos claros, celestes específicamente,
eran cálidos aunque distantes, mientras que su piel de porcelana iba
perfectamente combinada con él. Llevaba puestos unos pantalones caquis algo
ajustados y una camiseta a cuadros color verde musgo.
―¿Me diriges la palabra
luego de todos estos meses? Qué considerado de tu parte, no debiste molestarte ―murmuré
con evidente sarcasmo al tiempo que alzaba una ceja.
Él me miró deliberadamente
durante un minuto, luego se echó a reír para molestarme. Extendió una sonrisa
complaciente hacia mí haciendo que se le formen hoyuelos a cada lado de las
mejillas.
―¿Eso quiere decir que me
extrañaste? ―inquirió―. Qué dulce de tu parte, sobre todo para ser una chica
que se acuesta con media universidad.
Apreté la mandíbula con
fuerza hasta que me dolió. Inhalé con cuidado en silencio mientras intentaba
concentrarme en las razones por las cuales no debía darle un bofetón. Decidí
que estaba en medio de un lugar público y eso quedaría en mi expediente.
También añadí que él no valía la pena.
―No diría que la palabra
es exactamente extrañar, cariño ―le dije mordaz―. Nadie podría extrañar a
alguien que piensa más con el miembro viril que con el poco cerebro que tiene.
Al menos tres o cuatro
personas se detuvieron de forma poco disimulada al escuchar mi comentario. Les
eché una mirada de reojo, cada vez más cabreada. ¿Por qué diablos no se metían
en sus asuntos?
Theo me lanzó una mirada
glacial, aunque en ningún momento dejó de sonreír. Sabía que había mencionado
algo que a él le había molestado por años: cuestionar su inteligencia por sobre
su masculinidad.
Siempre se sentía
desdichado cuando los profesores hacían comentarios despectivos hacia su
persona. Había crecido en una familia donde dos hermanos mayores tenían
carreras profesionales mientras que él era un adolescente problemático, por lo tanto
todos los problemas familiares recaían sobre él.
Me sentí un poco culpable
tras haber hecho el comentario, pero tampoco pensaba retractarme porque ambos
éramos igual de ególatras y cabezas duras. En el fondo sabía que Theo era una
persona inteligente, sino, no podría sacar las notas más altas en sus materias,
pero de todas formas era algo que se cuestionaba parcialmente de forma
personal, sin que nadie lo supiera.
―Nena, has caído tan bajo
que me han llegado los rumores de que te acuestas con el virgen e inocente de
Ariel Owens. No dejan de comentar al respecto. Realmente has perdido el buen gusto.
Se me aceleró el pulso y
noté un leve rubor en mis mejillas, delatándome. Él lo notó enseguida, así que
volvió a echarse a reír.
―¡Te has puesto roja! ―dijo
lo suficientemente alto para que todos a nuestro alrededor lo oyeran―. Tú nunca
has sentido vergüenza. ¿Qué sucede? ¿No tenías pensado que alguien se enterara
de que ahora das clases de educación sexual?
Estaba casi segura de que
me lo estaba haciendo pagar por mi comentario anterior. De alguna forma sabía
que lo tenía merecido, pero había dado en un lugar sensible que nadie habría
mencionado jamás. Se me escapó el aliento, entre sorprendida y dolida, cuando
me di cuenta de que solo nos estábamos lastimando. No estábamos llegando a
ningún lado.
Sentí náuseas en cuanto
analicé que Theo conocía a Ariel, ¿cómo podría saber su apellido? Un pitido
sordo comenzó a molestarme en los oídos y me costaba respirar. Probablemente mi
presión se había debilitado.
Los rumores ya habían
comenzado a surgir. Me pregunté si fue producto de vernos juntos en la fiesta o
cuando él entró en mi apartamento. En la fiesta solo había muy pocas personas
de la universidad –en su mayoría, chicos de último año que ya no estaban
interesados en más que graduarse–, mientras que en los pasillos siempre estaban
los chicos de los primeros años.
Maldije en mi fuero
interno al tiempo que intentaba concentrarme.
―Ni mi vida amorosa o
sexual deberían importarte. Estamos actuando como dos niños de primaria, ¿y
sabes algo? Yo me rindo. No pienso participar más en este estúpido juego de ver
quién es más que quien. Puedes hacer lo que quieras.
Dicho esto, giré sobre mis
propios talones dispuesta a alejarme, pero, en cuanto intenté echar a andar,
Theo me tomó la muñeca.
Me volví un minuto para
observarlo.
Sus ojos estaban
repentinamente tristes y su boca hacía una mueca hacia abajo, como si estuviera
a punto de llorar.
«Tiene que ser una broma» pensé con disgusto.
Me solté con la mayor
dignidad posible y comencé a recorrer los pasillos, torturándome con la imagen
mental de mi ex pareja, por primera vez, siendo despechado.
Suspiré en un brote de
nostalgia, por suerte, el sentimiento no duro mucho más de cinco minutos.
Caminé por cada pasillo,
observé cada rincón y cada aula de la universidad faltando a mis respectivas
clases para poder hallar a Ariel y así entablar conversación con él, estuviera
o no a favor de tenerla.
Supuse que no sería fácil
cuando luego de una hora de haber revisado solo la sección sur del edificio de Psicología.
Solté una maldición en voz
baja, dejando el recorrido para más tarde. Di media vuelta para excusarme con
la profesora Araujo debido a mi falta de consideración por haberme saltado su
clase.
Finalmente caminé los
metros de distancia que me separaban del aula y entré en silencio. Cuando
estaba a punto de tocar la puerta con los nudillos porque el lugar estaba vacío
salvo por ella hablando con un alumno, noté que esa persona no era ni más ni
menos que Ariel.
Me paré en seco, aturdida.
Inconscientemente mientras lo buscaba estaba casi segura de que no iba a
encontrarlo, porque había sido muy astuto en desaparecer las últimas semanas. Así
que, al tenerlo allí frente a mis ojos en el mismo salón que yo cursaba la
materia todos los días, me sentía confusa y molesta.
Sentía la necesidad de
acercarme hacia él y echarle en cara que era un imbécil, pero con el pasar de
los segundos, mi amargura se fue enfriando. Respetaba demasiado a mi profesora
como para hacer una escenita frente a ella.
Estaba por marcharme,
sopesando por qué él estaría ahí si no era su año ni materia, cuando la voz de
la maestra captó mi atención.
―¡Dana, qué sorpresa verte
por aquí! ―murmuró con voz cantarina. Me giré para observarlos―. Hoy has
faltado a mi clase.
Ella me sonreía de forma
cálida y abrasadora, como siempre hacía. Por otro lado, Ariel estaba más rojizo
de lo que podía recordar. No dejaba de observarme horrorizado, por lo cual
estaba segura de que no estaba al tanto de que había faltado a la clase.
Obviamente mi presencia no
fue algo grato para él.
Me acerqué un par de pasos
hacia el escritorio de madera donde ellos estaban parados a un lado discutiendo
de forma cariñosa, aunque no invadí su espacio personal.
Araujo vestía un vestido
formal negro ajustado en la cintura y largo hasta la rodilla con un pequeño saco
verde oscuro, lo que le daba una perfecta tonalidad a contraste con su piel.
Ariel llevaba el cabello un poco más largo y desordenado de la última vez que
nos vimos. Se había recortado la barba, lo cual lo hacía verse más joven y
pulcro. Llevaba unas zapatillas rojas, unos jeans comunes y una camiseta lisa
color marrón sobre una cazadora gris.
―Sí, lo siento. He venido
justamente por eso, pero presiento que no es un buen momento. Puedo volver más
tarde .―Me excusé mientras echaba una mirada rápida en dirección a Ariel. Él
desvió la vista.
Ella se rió de forma suave
y relajante, mientras que negaba con la cabeza.
―Oh por Dios, no. Claro
que no. Si te has tomado el trabajo de venir hasta aquí ha de ser importante.
Por favor, toma asiento y déjame presentarte.
Fue una de las primeras
veces en mi vida en las que me sentí realmente incómoda. Me acerqué para quitar
la poca distancia que me separaba de ellos y finalmente Ariel habló.
―Dana ―murmuró mi nombre
con cuidado―, es un placer conocerte, Yamila no ha dejado de hablar de ti este
último tiempo. Me llamo Ariel.
Alcé una ceja de forma inconsciente
preguntándome por qué no admitiría que ya nos conocíamos. También me cuestioné
a qué nivel se conocían ellos para llamar por su nombre de pila a la profesora.
Al darme cuenta que ella me observaba, cambié el gesto. Mordí mi labio inferior
para contenerme y estiré mi mano para estrecharla con la suya, pero él me
sorprendió cuando se acercó y besó mi mejilla izquierda.
Para mi desgracia, su barba
generó un leve cosquilleo que se extendió desde mi rostro al resto de mi
cuerpo. Enrojecí levemente tras un suspiro casi imperceptible que solo él notó.
Se alejó un par de pasos para poder observarme con dulzura.
Me dolió que mi corazón
flanqueara tan rápido por tan solo un leve roce.
―Es un placer conocerte ―murmuré.
Ella sonreía de oreja a
oreja, como si por fin sus dos personas favoritas en el mundo se hubieran
encontrado. Siempre desprendía energía positiva.
Se sentó en la silla
principal del escritorio, mientras que Ariel trajo dos del fondo del aula para
nosotros. Me senté luego de agradecerle en silencio.
―Ariel es mi sobrino ―aclaró
ella como si me debiera una explicación―. Ha vivido conmigo prácticamente toda
su vida. De hecho, está en su último año de Administración
de empresas ambientales en esta universidad.
Intenté fingir una sonrisa
de cortesía porque podía ver en sus ojos el orgullo que él representaba, pero
no estaba segura de poder conseguirlo. Eran muchas sorpresas de golpe.
La profesora notó cuando
mi labio inferior tembló.
―¡Dana, querida! ¿Estás
bien?
Tardé unos segundo en
encontrar la voz.
―Claro que sí. Hace poco
tuve una buena gripe y tal vez esté un poco sensible todavía.
―Oh, cielo. Creo que
deberías ir al doctor, últimamente has estado muy enferma.
―No la abrumes con
nuestras cosas personales, Yamila. Tal vez Dana no esté interesada en algo tan
monótono como mi vida universitaria. Estoy seguro que tiene suficiente con la
suya ―interrumpió Ariel con nerviosismo.
―No seas inoportuno,
querido. Y deja de llamarme por mi nombre completo, sabes que es algo que no
soporto. Cuando no están mis alumnos puedes decirme tía.
Él suspiró.
―Estamos frente a una
alumna ―dijo sin dar el brazo a torcer.
Araujo me miró durante un
momento, luego sonrió.
―Una de las mejores, a
decir verdad, pero Dana es una criatura especial y le tengo cariño. A ella también
le he dicho varias veces que no es necesario mantener las formalidades, aunque
de todas maneras insiste. Cree que es una manera de faltarme el respeto.
―Yo también la aprecio,
profesora, pero usted tiene uno de los títulos más importantes en la universidad
y por lo tanto, merece ser respetada.
―¡Qué barbaridades dicen!
No soy una abuela y tampoco creo que el respeto se vaya solo por tutearme ―comentó
exasperada mientras ponía los ojos en blanco, un gesto que me resultó divertido―.
¿Qué tal si vamos los tres a tomar un café? Yo invito.
Observé a Ariel y nuestras
miradas se cruzaron. Él, evidentemente estaba tan cómodo como yo lo estaba en
esta situación, aunque curiosamente estaba dispuesta a acceder. El problema era
que solo quería asistir porque no sabría cuándo volvería a tener el placer de
que nos cruzáramos de nuevo.
―Me encantaría, pero no
quiero molestar.
Araujo hizo un gesto con
la mano.
―No es problema alguno,
estoy segura de que Ariel está de acuerdo conmigo.
Él me miro y asintió con
cautela.
Los tres nos levantamos al
unísono para salir del lugar. Una vez fuera del aula, mientras nos dirigíamos
al exterior para derivar en el Starckbus de
a media manzana, pude notar que las pocas personas que quedaban en los pasillos
nos observaban con curiosidad. Sus ojos pasan de Ariel a mí en un vago intento
por descifrar si los rumores eran ciertos. Él, como si no tuviera otra forma de
mostrar su vergüenza, enrojeció hasta que sus mejillas quedaron de un color
escarlata, pero en ningún momento dejó de mirar al frente. Por mi parte giraba
bastante la cabeza y alzaba las cejas, una forma silenciosa de decirles que se metieran
en sus asuntos.
Cuando salimos por la
puerta principal del lado este, el viento nos azotó con violencia haciéndome
tiritar ya que solo llevaba una camiseta de manga larga. La profesora murmuró
algo que no llegué a comprender y un minuto más tarde Ariel me tendía su
cazadora, pero sin colocármela en los hombros.
Le sonreí agradecida y la
tomé para ponérmela.
―¿Estás seguro? ―le
pregunté en el momento que comenzamos a caminar hacia el café―. Hay un viento
espantoso, quizás te enfermes o algo por el estilo.
―He oído ahí dentro que
estuviste enferma, por favor, quédatela .―Me ofreció, negando con la cabeza.
―Gracias ―dije en un tono
de voz demasiado bajo para que la profesora Araujo nos escuchara. Él se sonrojó
y me devolvió la sonrisa.
Cuando entramos el lugar
estaba medio lleno, pero no lo suficiente para no obtener una mesa. De pronto
tuve que quitarme la cazadora porque la calefacción estaba al máximo y sentí
que iba a asfixiarme, aunque la doblé sobre mi brazo y no se la devolví.
Caminamos por detrás de la
maestra en silencio hasta encontrar una mesa de granito gris oscuro con cuatro
sillas de madera. Nos sentamos –uno al lado del otro– y nos preguntó qué íbamos
a pedir. Ambos murmuramos un café común con crema y luego nos miramos
sorprendidos. Ella fingió no darse cuenta, por lo que se giró con verdadero
entusiasmo para dirigirse a la fila y ordenar. Ésta era lo bastante larga como
para tener unos minutos para nosotros solos.
Nos separaban unos pocos
centímetros, así que no era difícil que a parte de la calefacción pudiera
sentir el calor que emanaba su cuerpo. Eché una mirada disimulada en su
dirección y noté que él me estaba mirando con aquellos ojos suyos debajo del
cabello que comenzaba a caerle en el rostro. Se mordió el labio nervioso al
darse cuenta de que estábamos mirándonos desde una escasa distancia, pero no
giró el rostro.
Inhalé con cuidado para
serenarme y pude percibir una leve fragancia de perfume masculino. Sonreí para
mis adentros al estar casi segura de que era un Armani.
―Sé que es la pregunta
menos adecuada para comenzar una conversación, pero ¿podrías explicarme por qué
no me dijiste que eras el sobrino de mi profesora? ―inquirí sin molestia
alguna, aunque bastante decepcionada.
Sus hombros se tensaron al
igual que su mandíbula y, tras un minuto, giró la vista. No hubo respuesta.
―Ariel, te estoy hablando.
No hagas eso.
Él suspiró de forma larga
y cansina. Luego volvió el rostro, para mirarme de una forma extraña que no
logré comprender.
―No pensé que era de vital
importancia hablar sobre mis parientes cuando apenas nos conocemos, ¿no crees?
Fruncí el ceño, disgustada
por su respuesta tan fría.
―No puedes fingir
indiferencia conmigo. Sé que nos conocemos hace poco, no tienes por qué dar un
maldito énfasis tan obvio en eso para hacerme enojar, pero tampoco finjas que
no te interesa lo que piense. Si ese fuera el caso, te hubiera dado igual
alejarte de mí.
Ariel se intentó quitar en
reiteradas ocasiones el cabello de la frente en forma nerviosa, pero siempre
volvía al mismo lugar, por lo cual tendría que cortárselo más adelante. Lo
siguió intentando hasta que creí que iba a arrancárselo.
―No lo hagas ―murmuré al
tiempo que tomaba sus manos con cuidado para depositarlas en la mesa―. Vas a
arrancarte el cabello si lo sigues tirando así.
Él se quedó dubitativo
durante unos instantes observándose las manos. Luego me miró a mí como si no me
hubiera visto en años y, cuando estaba a punto de decir algo, Araujo le
interrumpió.
―Aquí está su pedido,
muchachos ―nos dijo complacida, al tiempo que dejaba una bandeja con los dos
vasos y una taza sobre la mesa, junto con algunas cosas dulces para acompañar―.
Espero que les guste.
Cada uno tomó sus
respectivas bebidas y cuando sentimos el café dulce quemándonos la garganta,
gemimos de satisfacción.
Ariel estaba perdido en
sus pensamientos, mirando por la gran ventana de vidrio a la gente que pasaba, mientras
que la mujer pelirroja, sentada frente a mí, me dio conversación casi todo el
tiempo.
―No te preocupes por haber
faltado a la clase, lo comprendo ―me dijo con ternura―, pero tienes que
cuidarte más, como ya te he dicho. Estás enfermándote mucho, querida. Eso no es
bueno para tu salud.
Su lado materno salió a la
luz una vez más y me alegró que fuera conmigo. Siempre que podía ella se
preocupaba por mí, lo cual hacía que me sintiera querida.
―Sí, lo sé. Lo siento de
veras, sobretodo porque con cada falta estoy a un paso de suspender la materia.
La gripe la pillé por una tontería. Estuve debajo de la tormenta de hace unas
semanas por horas sin mucho abrigo ―confesé, un poco sonrojada.
De pronto, Ariel,
disimuladamente, ladeó un poco el rostro en nuestra dirección, claramente
interesado. Me pregunté si podría deducir que fue la misma semana y el mismo
día que él se alejó. Mientras tanto, mi profesora me observaba con curiosa y
preocupada.
―¿Por qué estuviste tanto
tiempo bajo la lluvia? ¿No tenías a dónde ir?
―No, claro que no. Resido
en uno de los apartamentos del campus hace tres años junto con mi mejor amiga,
eso no es problema. Yo… ―dudé, avergonzada por qué podrían pensar―. Tuve
algunos problemas personales, no me encontraba del todo bien, así que decidí ir
al puente del centro para pensar un rato y justo cayó la tormenta.
Un sonido brusco salió
procedente de la boca de Ariel. No fue necesario añadir nada más para que él
supiera lo que había pasado. Araujo me miraba con más preocupación que la de
hace un momento.
―Oh, cariño ―murmuró ella―.
No tienes que preocuparte en absoluto por tus calificaciones, sabes que eres
excelente. Justificaré tu ausencia por enfermedad, no tienes nada de qué
preocuparte. Y respecto a lo que sea que haya pasado, hay otras formas más
sanas de pensar. No tienes que ir hasta la otra punta de la ciudad, la cual es
enorme, para decidir ciertas cosas y mucho menos dejar que caiga una tormenta
sobre ti.
Ella estaba claramente
afectada, con los ojos húmedos, lo cual me sorprendió e intimidó. Sabía que era
una persona muy considerada y sensible, pero jamás en la vida había visto a
alguien llorar por mí más que Caroline, horrorizada hace unas semanas.
Se disculpó con un poco de
vergüenza y se dirigió al baño de damas.
Me costó procesar los
últimos minutos, pero finalmente cuando lo hice, me sentí culpable. Me hubiera
limitado a decirle que estaba enferma, así solo me hubiera dado una palmadita y
no le hubiera afectado tanto.
―Creo que debería
disculparme con ella ―comenté de forma ausente hacia Ariel, el cual no sabía si
estaba prestándome atención―. La he hecho llorar.
Él me frotó la espalda en
un intento por calmarme, lo que logró un poco.
―No la has hecho llorar,
Dana. Mi tía es muy sensible, siempre termina llorando por algo. No te
mortifiques por algo tan normal como un llanto.
―Últimamente me estoy
convirtiendo en un monstruo. No puedo sentarme a hablar con alguien sin hacerlo
llorar. Me está matando ―susurré y dejé caer la cabeza entre mis manos.
Él no respondió
inmediatamente. Se limitó a seguir frotando mi espalda de forma delicada hacia
arriba y abajo. Luego noté que se acercaba y su pecho se pegó al costado de mi
cuerpo.
―Tú nunca en la vida
podrías ser o hacer algo así. No lo puedes ser porque eres preciosa y no lo
puedes hacer porque cada quien tiene el derecho de reaccionar de forma
diferentes. Algunos eligen enojarse y otros llorar, pero nunca lo decides tú ―me
dijo en el mismo tono de voz que yo había susurrado.
Mi corazón dio un vuelco
al escuchar sus palabras y en mi estómago una mariposa comenzó a revolotear de
forma violenta, como si quisiera salir y poder tocarlo con sus frágiles alas.
―Hay rumores sobre
nosotros ―le confesé cuando recordé por qué lo había buscado en la universidad―.
Unos bastante crudos, probablemente. Sinceramente no estoy del todo segura
porque solo me dijeron que estaba acostándome contigo.
Pude sentir que sus manos
se transformaban en puños sobre mi espalda para luego retirarlas. Alcé la vista
y lo vi molesto por primera vez.
―Lo siento, de verdad.
Supongo que te has alejado un poco tarde de mi ―susurré con tristeza.
Él suspiró con melancolía.
―Mi tía volverá en cualquier momento. Cuando
estemos por irnos invéntate una excusa. Espérame en la próxima esquina. Tenemos
que hablar.
No discutí al respecto,
simplemente asentí preguntándome sobre qué querría hablar cuando unas semanas
atrás decidió que ni tan solo eso podíamos tener.
Un silencio incómodo se
extendió sobre nosotros hasta que finalmente la profesora apareció en mi visión
nuevamente. Se sentó con el rostro hinchado debido a un pequeño llanto, aunque
una sonrisa se extendía por sus labios.
―Me apena muchísimo
haberla hecho sentir incómoda, le pido disculpas. Debería haberme limitado a
excusarme respecto a la gripe. Mis problemas personales no son la carga de
nadie.
Lo comenté de forma
apresurada, obviamente incómoda por la situación. Ella se dio cuenta y me dio
unas palmaditas tranquilizadoras en ambas manos –que estaban juntas sobre la
mesa– para darme a entender que no era un problema.
―Dana, no es culpa de
nadie ―me explicó ella―. Son cosas que pasan. De hecho yo debería pedir
disculpas por mi comportamiento. ―Dicho esto, se levantó tomando su bolso de
cuero marrón―. Discúlpenme chicos, tengo una conferencia psicoanalista dentro
de una hora a la que me es imposible faltar. Debo prepararme. Fue un placer haber
tomado un café contigo, Dana, espero, se repita ―me dijo con sinceridad y luego
miró a Ariel―. Cariño, cuando llegues a tu departamento házmelo saber.
Él se incomodó, pero le
dijo que lo haría.
Caminó hacia la puerta y
se despidió agitando la mano en su dirección.
―Bueno, al menos no
tendremos que hacer ningún movimiento de agente secreto para poder hablar, ¿no?
―inquirí para cerciorarme, ya que ella se había ido por su propia cuenta.
―De momento no, pero de
todas formas me gustaría poder estar contigo en un lugar más privado ―murmuró
imitando los movimientos de su tía para levantarse―. Así que ven, tenemos una
conversación pendiente ―me dijo mientras señalaba con la cabeza en dirección a
la puerta.
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